
Hoy es 23 de abril y, como cada año, el país se transforma en una librería-floristería gigante. Es Sant Jordi, patrón de los enamorados, los lectores y, por extensión, del consumismo cultural con aroma a rosa y tapa dura. Es el día en que uno debe regalar un libro o, en su defecto (¡blasfemia!), una rosa. Pareja, madre, cuñado, amigo con el que tienes una relación ambigua… nadie está a salvo.
Pero ojo, el dragón que antes escupía fuego ahora lanza spam y se esconde entre las notificaciones del móvil. El caballero Jordi, espada en mano, se ha digitalizado: lleva Kindle en vez de lanza y lucha por nuestra atención entre reels, podcasts y newsletters.
Leer un libro físico sigue siendo una experiencia sagrada: el olor a tinta, el crujido de la página, el marcapáginas que juraste no perder y perdiste igual. Es un ritual. Pero luego está la otra cara: poder llevar 423 libros en el bolsillo sin provocar hernias. Porque sí, hay algo mágico en saber que puedes leer a Borges mientras esperas al dentista (aunque acabes viendo TikToks de gatos).
Y aún no hemos resuelto el mayor enigma contemporáneo: ¿cómo se regala un libro digital sin que parezca que has reenviado un adjunto? No hay manera elegante. No puedes envolverlo con un lazo ni firmarlo con dedicatoria. Como mucho, un correo con asunto «¡Feliz Sant Jordi! (mira el enlace)».
Irónicamente, esta semana se venden más libros que en todo el resto del año. ¿Cuántos se leen? Misterio. Puede que algunos ni se desenvuelvan. Pero da igual. Hoy celebramos la intención, el gesto, el símbolo. Porque si el amor es ciego, al menos que se tropiece con una buena historia.