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Trump y el arte de negociar con un mazo de dinamita

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Donald Trump siempre ha dicho que es un genio de los negocios. Su táctica favorita: plantarse en la mesa de negociación como un jugador de póker con gafas de sol, un puro encendido, y una bomba bajo la mesa. Su mensaje: “O me das lo que quiero, o aprieto este botón y volamos todos.” Brillante… siempre que el otro no tenga su propio botón, claro.

Trump ha tratado de aplicar este “arte” a la política internacional como si el mundo fuera un casino de Atlantic City. ¿Aranceles? ¡Todos! ¿Sanciones? ¡Por docenas! ¿Embargos? ¡Claro que sí! Su estrategia parece sacada de una película de acción de los 80: “los buenos” (o sea, EE.UU.) sobreviven gracias a su fuerza bruta y su actitud desafiante. El problema es que el guión no está saliendo como esperaba.

Mientras Trump amenaza con cerrar el grifo a sus aliados, estos ya están construyendo su propio sistema de tuberías. La UE, por ejemplo, sí ha escuchado el grito de guerra… pero en lugar de comprar más misiles made in USA, ha optado por desarrollar los suyos. Felicidades, señor Trump: ha incentivado la industria militar europea sin quererlo.

Y sí, subir aranceles suena fuerte y patriótico, hasta que descubres que ahora un cepillo de dientes vale lo mismo que una entrada VIP para ver a Taylor Swift. Los consumidores americanos, que no pidieron esta guerra comercial, están pagando los platos rotos… y los platos nuevos, que ya no son chinos y cuestan el triple.

¿Moraleja? Trump entró en la tienda de porcelana internacional con botas de cowboy y un megáfono. Ahora intenta recoger los pedazos… pero el suelo resbala y el agente de aduanas llora en la esquina.

Empresa de transporte de mercancías por carretera en Barcelona

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